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lunes, 6 de septiembre de 2010

Benedicto XVI: Santa Hildegarda de Bingen, poetisa y mística

Benedicto XVI: Santa Hildegarda de Bingen, poetisa y mística


En la Audiencia General


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 1 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la catequesis pronunciada por el Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General celebrada hoy en la plaza frente al Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, con peregrinos venidos de todas partes del mundo.


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Queridos hermanos y hermanas,

en 1988, con ocasión del Año Mariano, el Venerable Juan Pablo II escribió una Carta Apostólica titulada Mulieris dignitatem, tratando sobre el papel precioso que las mujeres han desempeñado y desempeñan en la vida de la Iglesia. “La Iglesia – se lee en la Carta – da las gracias por todas las manifestaciones del genio femenino que han tenido lugar a lo largo de la historia, en medio de todos los pueblos y en todas las naciones; da las gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo ha dado a las mujeres en la historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que ésta debe a su fe, esperanza y caridad; da las gracias por todos los frutos de santidad femenina" (n. 31).

También en esos siglos de historia que nosotros habitualmente llamamos Edad Media, diversas figuras femeninas destacan por la santidad de su vida y la riqueza de sus enseñanzas. Hoy quisiera comenzar a presentaros a una de ellas: santa Hildegarda de Bingen, que vivió en Alemania en el siglo XII. Nació en 1098 en Renania, en Bermersheim, en los alrededores de Alzey, y murió en 1179, a la edad de 81 años, a pesar de la permanente fragilidad de su salud. Hildegarda pertenecía a una familia noble y numerosa y, desde su nacimiento, fue entregada por sus padres en voto al servicio de Dios. A los ocho años, para recibir una adecuada formación humana y cristiana, fue confiada a los cuidados de la maestra Jutta de Spanheim, que se había retirado en clausura en el monasterio benedictino de san Disibodo. Se fue formando un pequeño monasterio femenino de clausura, que seguía la Regla de san Benito. Hildegarda recibió el velo del obispo Otto de Bamberg y, en 1136, a la muerte de la madre Jutta, convertida en Superiora de la comunidad, las hermanas la llamaron a sucederla. Llevó a cabo esta tarea haciendo fructificar sus dotes de mujer culta, espiritualmente elevada y capaz de afrontar con competencia los aspectos organizativos de la vida claustral. Algún año después, también con motivo del creciente número de mujeres jóvenes que llamaban a las puertas del monasterio, Hildegarda fundó otra comunidad en Bingen, dedicada a san Ruperto, donde transcurrió el resto de su vida. El estilo con el que ejercía el ministerio de la autoridad es ejemplar para toda comunidad religiosa: éste suscitaba una sana emulación en la práctica del bien, tanto que, según los testimonios de la época, la madre y las hijas competían en amarse y en servirse mutuamente.

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