martes, 25 de agosto de 2020

Santo Tomás de Aquino en la "Humani Generis" de Pío XII (Segunda parte) - Ernesto Alonso

Santo Tomás de Aquino en la "Humani Generis" de Pío XII

(Segunda parte)

Ernesto Alonso


"El método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico" 

El título refiere textualmente la cita del antiguo Codex Iuris Canonicis (CIC) (canon 1366, 2) que recomienda a Santo Tomás de Aquino en lo concerniente a la formación filosófica de los futuros sacerdotes. 

Esta recomendación tiene su origen y fundamento en la encomiable "Aeterni Patris", del Papa León XIII, dedicada a proponer "la restauración de la filosofía cristiana conforme a la doctrina de Santo Tomás de Aquino" (4 de agosto de 1879). Y bien, “(…) la preferencia que da la Iglesia al método y a la doctrina del Doctor Angélico no es una preferencia exclusiva; al contrario, se trata de una preferencia ejemplar, que permitió a León XIII declararlo: "inter Scholasticos Doctores, omnium princeps et magister" (Aeterni Patris, 13). Y esto es verdaderamente Santo Tomás de Aquino, no sólo por la competencia, el equilibrio, la profundidad, la limpidez del estilo, sino aún más por el vivísimo sentido de fidelidad a la verdad, que también puede llamarse realismo. Fidelidad a la voz de las cosas creadas, para construir el edificio de la filosofía; fidelidad a la voz de la Iglesia, para construir el edificio de la teología”, expresará Juan Pablo II en el discurso de despedida a los participantes del VIII Congreso Tomista Internacional (13/09/1980, n° 2). 

Aquella originaria recomendación ha perdurado hasta el Decreto "Optatam totius" (Concilio Vaticano II), sobre la formación sacerdotal, que en su número 16, explicando las exigencias a las que ha de atenerse la formación de los candidatos al sacerdocio en lo que respecta a las disciplinas teológicas, declara que “(…) para ilustrar de la forma más completa posible los misterios de la salvación, aprendan los alumnos a profundizar en ellos y a descubrir su conexión, por medio de la especulación, bajo el magisterio de Santo Tomás”, citando a pie de página precisamente un discurso de Pío XII a los alumnos de los seminarios (24/06/1939) y dos alocuciones de Pablo VI; una pronunciada en la Universidad Gregoriana de Roma (12/03/1964), la otra leída a los participantes del VI Congreso Tomístico Internacional ( 10/09/1965). Desde luego que en estas tres piezas discursivas consta la expresa recomendación de la autoridad doctrinal del santo Doctor de Aquino. 

Esta continuidad, con sus más y sus menos, se mantuvo con Juan Pablo II (tengamos presente la magnífica Encíclica "Fides et Ratio", de 1998) y hasta Benedicto XVI, con tres catequesis dedicadas a Santo Tomás, filósofo (02/06/2010), teólogo (16/06/2010) y educador (23/06/2010); no obstante no haber tenido el Papa Ratzinger primaria formación tomista. 

Pero retornemos a Pío XII y la "Humani Generis". Primeramente, puede leerse un clarísimo elogio del Aquinate al decir que “(…) por la experiencia de muchos siglos sabemos ya bien que el método del Aquinatense se distingue por una singular excelencia, tanto para formar a los alumnos como para investigar la verdad, y que, además, su doctrina está en armonía con la divina revelación y es muy eficaz así para salvaguardar los fundamentos de la fe como para recoger útil y seguramente los frutos de un sano progreso (AAS XXXVIII, 1946, 387)” (25). 

Patente es el elogio de la doctrina de Santo Tomás al parangonarla con la Divina Revelación y para asegurar dentro de saludables cauces todo legítimo progreso de investigación en las disciplinas filosófico-teológicas. 


Los errores de ayer, de hoy y de siempre

Se lamenta, empero, Pío XII de una deplorable crítica de la "sana filosofía" que la Iglesia ha adoptado, denominándola, sus detractores, “anticuada por su forma y racionalística (así dicen) por el progreso psicológico. Pregonan que esta nuestra filosofía defiende erróneamente la posibilidad de una metafísica absolutamente verdadera; mientras ellos sostienen, por lo contrario, que las verdades, principalmente las trascendentales, sólo pueden convenientemente expresarse mediante doctrinas dispares que se completen mutuamente, aunque en cierto modo sean opuestas entre sí” (26). 

Esta afirmación arroja luz sobre la tesis evolucionista, en los términos dialécticos del idealismo de G.W.F. Hegel (1770-1831); además, patrimonio del historicismo sería el tenor de la segunda crítica que reprocha a “la filosofía enseñada en nuestras escuelas” (la Escolástica) no ser “un método filosófico que responda ya a la cultura y a las necesidades modernas”, concediendo que pueda haber desempeñado su papel histórico de acuerdo con la “mentalidad del Medioevo”. Conviene tener presente que el error historicista no es sino el "eterno retorno" que acompaña inevitablemente el costado dialéctico del idealismo, casi como si fuese el rostro bifronte de Jano. 

De hecho, cercano a nuestro tiempo, Juan Pablo II ha fustigado el error historicista en la "Fides et Ratio", "sobre las relaciones entre Fe y Razón". Explica que “la tesis fundamental del historicismo consiste en establecer la verdad de una filosofía sobre la base de su adecuación a un determinado período y a un determinado objetivo histórico. De este modo, al menos implícitamente, se niega la validez perenne de la verdad. Lo que era verdad en una época, sostiene el historicista, puede no serlo ya en otra (…) la historia del pensamiento es para él poco más que una pieza arqueológica a la que se recurre para poner de relieve posiciones del pasado en gran parte ya superadas y carentes de significado para el presente” (87). 

De ningún modo es banal este ejercicio confirmatorio de la continuidad del magisterio de la Iglesia para sostener los ánimos decaídos frente a la ruptura que nos ofrece el presente, cuando se escuchan autorizadas voces eclesiales que profieren con el alborozo imbécil de los ignorantes la emergencia de “nuevos paradigmas”. 

Por lo demás, inmanentismo e idealismo son censurados en el número 26 de la Humani Generis. Lo son por las razones que venimos considerando, pero también porque las fórmulas que expresan el dogma católico no pueden “ligarse a cualquier sistema filosófico efímero”, que es una de las tesis preferidas del modernismo teológico. "¿Si Tomás se apropió de Aristóteles y sus categorías, estando prohibido el Filósofo en su tiempo, por qué no apropiarse de Hegel, de Kant, de Heidegger y de otros para la necesaria labor teológica que dé respuestas al hombre contemporáneo?". Pregunta obligada de la progresía teológica. Historicista como es, sostenía que así como las categorías aristotélicas y neo-platónicas sirvieron como base racional para la elaboración teológica del pasado, bien podría suponerse, por ejemplo, que las categorías de la filosofía contemporánea, las de un Martin Heidegger (1889-1976) y su "existencialismo", pueden emplearse para la edificación de la teología de nuestro tiempo, a la vista de nuevas realidades culturales, sociales, etc. 

Hoy, la respuesta católica nos parece ya establecida y diríamos sin ambages que hay incompatibilidad irreductible entre la "filosofía del ser" y esta del "devenir"; y que no es lo mismo decir “el Ser en su develación histórica”, que decir “historicidad del Ser”, aunque los términos sean casi los mismos. 

La firmeza de aquella respuesta, con todo, no despejó la niebla de unos cuantos hombres de talento dentro de la Iglesia que sí adhirieron a la "historicidad" del Ser en los términos del filósofo de la Selva Negra. Un precioso libro del P. Cornelio Fabro (1911-1995), traducido al castellano como “La aventura de la teología progresista” (EUNSA, Pamplona, 1976), muestra cómo la ontología fundamental de Martin Heidegger rechaza la “inversión antropológica” de la teología “de la secularización”, impulsada por nombres de peso, algunos de los cuales prohijaron discípulos hoy vivientes. 

Un ulterior reproche a Santo Tomás, como el exponente más egregio de la filosofía perenne, recoge la Humani Generis cuando parafrasea el pensamiento de los críticos al decir que aquélla “no es sino la filosofía de las esencias inmutables, mientras que la mente moderna ha de considerar la existencia de los seres singulares y la vida en su continua evolución. Y mientras desprecian esta filosofía ensalzan otras, antiguas o modernas, orientales u occidentales, de tal modo que parecen insinuar que, cualquier filosofía o doctrina opinable, añadiéndole —si fuere menester— algunas correcciones o complementos, puede conciliarse con el dogma católico. Pero ningún católico puede dudar de cuán falso sea todo eso, principalmente cuando se trata de sistemas como el Inmanentismo, el Idealismo, el Materialismo, ya sea histórico, ya dialéctico, o también el Existencialismo, tanto si defiende el ateísmo como si impugna el valor del raciocinio en el campo de la metafísica” (26). 

La abolición de la metafísica por parte del existencialismo está anticipada en el punto 3 de la Humani cuando Pío XII asegura que, tratándose de una filosofía en oposición al idealismo y al pragmatismo, pecó de un lastimoso abandono metafísico al desentenderse de “las esencias inmutables de las cosas” para ocuparse, con evidentes limitaciones, de “la existencia de los seres singulares” (3). Tal vez por esa intrínseca fragilidad ontológica fue fácil presa del corrosivo ácido del "pensiero debole" y del nihilismo, de tal suerte que solo de un modo lejano y con tono melancólico evocamos aquella filosofía como un endeble gemido.  


´At the end of the day´, Tomás fue un santo

Nada dice Pío XII en su Encíclica sobre la intimidad del santo fraile Tomás de Aquino. Por eso, acabando este homenaje a la Humani Generis y a Pío XII,  lo último que diré es solamente mío, aunque con elogiables ayudas. 

La santidad de Tomás es lo que ha de contar pues su vida de teólogo, profesor, maestro, escritor, predicador y de religioso no pudo haber sido lo que fue sino hubiera “corrido la carrera” del mejor modo concebible, tal como testimonia San Pablo de sí mismo. Y así fue su corta vida y su bella muerte, esto es, que vivió y murió como hombre de Dios con la gravedad que tienen estas palabras 

"Al fin de cuentas", lo que realmente  importa es que no gozaríamos de las precisas distinciones de Tomás, no beberíamos sin jamás saciarnos de su magnífica ciencia, no nos deleitaríamos de elevarnos a las altas fuentes de sabiduría si fray Tomás no hubiera consumado en amor la obra a la que la Sabiduría Divina lo destinó. 

´Tú has hablado bien de mí, Tomás´ –respondió el Crucifijo–. ´¿Cuál será tu recompensa?´. Y la respuesta que dio Tomás es la que también nosotros, amigos y discípulos de Jesús, quisiéramos darle siempre: ´¡Nada más que tú, Señor!´”, concluye Benedicto XVI su catequesis sobre Santo Tomás, filósofo.





 

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