domingo, 9 de agosto de 2020

Los setenta años de la "Humani Generis" de Pío XII (Primera parte) - Ernesto Alonso


Los setenta años de la "Humani Generis" de Pío XII 

(Primera parte)

Ernesto Alonso


Propósitos de esta recordación 

El próximo 12 de agosto se cumplirán setenta años de la publicación de la Carta Encíclica "Humani Generis" (1950), del Papa Pío XII, "sobre las falsas opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica"

Excepción hecha de la Encíclica "Rerum Novarum" (1891) de León XIII, con la secuela de textos pontificios que la siguieron para celebrarla y actualizarla, no tengo presente que la Iglesia se haya propuesto la conmemoración y aclamación de un documento que retenga valioso por su doctrina, oportunidad y benéficos efectos que proporciona. Puede decirse, más bien, que la Encíclica que ahora me ocupa pretendió ser una suerte de continuidad de la "Pascendi Domini gregis" (1907), formidable condenación de los errores modernistas de la mano del preclaro San Pío X. 

¿Por qué me propongo recordar esta breve y precisa página del Magisterio del Papa Pío XII? Primero, porque es altamente probable que nadie la recuerde, ni la celebre; casi desapercibidos pasaron en la Santa Sede los cincuenta años de la "Humanae Vitae" (25 de julio de 1968), con la enorme vigencia que mantiene hoy, imagino que peor suerte habrá de correr la Humani Generis, con su rancio lenguaje y repleta como está de advertencias y condenaciones a doctrinas, gestos y prácticas que han devenido usuales en la Iglesia de hoy. Segundo, porque valdría la pena reconquistar del olvido la extraordinaria figura y el magnífico pontificado del romano Eugenio Pacelli, Papa Pío XII desde marzo de 1939 hasta su muerte en 1959. Declarado "venerable" por el Pontífice Benedicto XVI, ha sido el único gesto brioso para arrancarlo del deprimente arcón de "Papas preconciliares". 

A propósito de lenguaje, impactará de inmediato el  sub-título del texto pontificio para un lector actual del Magisterio de la Iglesia, acostumbrado al despojo sistemático de términos relativos a "error", "falsedad", "amenazas", "fundamentos de la doctrina católica", etc. Se trata de un vocabulario que la Iglesia mantiene en un confinamiento “preventivo, obligatorio” y  decepcionante desde una cuarentena inmemorial. La llamada "guerra semántica" no es principalmente un cambio en los términos significantes, por más que esas alteraciones sean las que llamen nuestra atención. En rigor, el vaciamiento lingüístico es un problema metafísico como bien lo ha explicado el P. Battista Mondin [1]. 

Siguiendo la conclusión de mi propia lectura, el texto de la Encíclica ofrece una división tripartita que, aunque no sea fiel al orden lineal de la exposición, puede presentarse de la siguiente manera. En primer término, tiene lugar una enumeración y refutación de los principales errores de su tiempo. Segundo, una explícita recomendación de la filosofía cristiana que la Iglesia ha aceptado, aprobado y recomienda para la formación de sus futuros sacerdotes, que no es otra que “el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico” (25),  citando el canon 1366, 2, del antiguo Código de Derecho Canónico. En tercer lugar, asegurar el valor del magisterio doctrinal y la autoridad de la Iglesia en las cuestiones concernientes a la nueva exégesis de la Palabra de Dios. 

Concuerdo bastante con la estructura de la edición de la Encíclica que puede leerse en la página de la Santa Sede. En efecto, además de la Introducción, se enuncian tres partes claramente distinguibles. Una primera, sobre "Doctrinas Erróneas"; la segunda, "Doctrina de la Iglesia", la tercera, finalmente, "Las Ciencias". En rigor, esta división no está en el original latino de las Actas Apostólicas de la Santa Sede (AAS). 

Ya dije cuáles son los propósitos de este recordatorio. Aunque no explicitada, descarto cualquier comparación de la Humani Generis, y de Pío XII, con el actual Papa Francisco y su magisterio, admitiendo empero que dicho ejercicio resulta un tanto inevitable. Brevemente, quiero detenerme en tres puntos de la Humani que merecen alguna consideración. 


Juicio crítico del evolucionismo y del poligenismo

En primer lugar, la cuestión del evolucionismo y del poligenismo que aborda Pío XII en los puntos 29 y 30 de la tercera parte, dedicada a las ciencias. Concede el Pontífice que pueda investigarse con cierta libertad “la doctrina del evolucionismo” que examina el origen del cuerpo humano a partir de una materia viva preexistente, sin que dicha proposición abandone el estado de hipótesis de investigación para convertirse en una verdad inconcusa, pues algunos obran “como si el origen mismo del cuerpo humano de una materia viva fuese ya absolutamente cierto y demostrado por los indicios hasta el presente hallados”. Defensores e impugnadores de tal teoría deben disponerse por igual “a obedecer al dictamen de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y de defender los dogmas de la fe” (29). 

Por el contrario, el número 30 expresa una condena explícita y firme de la tesis "poligenista".  En efecto, ni “Adán significa el conjunto de muchos primeros padres”, ni tampoco “hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente (Adán) por natural generación”, como textualmente refiere la Humani Generis. La polémica poligenista pareciera haber perdido vigor al día de hoy, no así los diversos rostros que continúa adoptando la hipótesis evolucionista.

Por lo demás, y especialmente en los puntos 3 y 7 de la "Introducción", Pío XII se ocupa de enumerar y descalificar una serie de errores filosóficos, algunos de los cuales horadan las bases mismas de la labor teológica, que necesita de instrumentos nocionales proporcionados por la razón para desentrañar las verdades de fe. Así, por ejemplo, quedan estigmatizados el “sistema evolucionista”- que referí en el párrafo anterior – la “hipótesis monística y panteísta de un mundo sujeto a perpetua evolución” (…) y “los comunistas” que valiéndose de las antedichas hipótesis propagan “su  materialismo dialéctico”. 

Fuente de ulteriores errores es el evolucionismo puesto que al resistir “todo lo que es absoluto, firme e inmutable, abre el camino a una moderna seudofilosofía, que, en concurrencia contra el idealismo, el inmanentismo y el pragmatismo, ha sido denominada existencialismo, porque rechaza las esencias inmutables de las cosas y no se preocupa más que de la ´existencia´ de cada una de ellas”. Y en el párrafo siguiente despacha como inviable “un falso historicismo, que se atiene solo a los acontecimientos de la vida humana y tanto en el campo de la filosofía como en el de los dogmas cristianos destruye los fundamentos de toda verdad y ley absoluta” (3). 


El “irenismo” condenado vuelve hoy por sus fueros

Olvidado el término en el lenguaje eclesial contemporáneo, por el desfallecimiento que supone caracterizarlo como error, extraña resulta la condena del “irenismo”, “tanto más grave cuanto más se oculta bajo la capa de virtud” (…) “Muchos, pasando por alto las cuestiones que dividen a los hombres, se proponen no sólo combatir en unión de fuerzas al arrollador ateísmo, sino también reconciliar las opiniones contrarias aun en el campo dogmático” (…) “Así tampoco faltan hoy quienes se atreven a poner en serio la duda de si conviene no sólo perfeccionar, sino hasta reformar completamente, la teología y su método a fin de que con mayor eficacia se propague el reino de Cristo en todo el mundo, entre los hombres todos, cualquiera que sea su civilización o su opinión religiosa”. Y por causa de  este “imprudente irenismo, parecen considerar como un óbice para restablecer la unidad fraterna todo cuanto se funda en las mismas leyes y principios dados por Cristo y en las instituciones por El fundadas o cuanto constituye la defensa y el sostenimiento de la integridad de la fe, caído todo lo cual, seguramente la unificación sería universal, en la común ruina” (7), remata Pío XII el análisis de este extravío. Más arriba afirmé que resultaría un tanto inevitable la comparación de esta luminosa página con el actual Magisterio de la Iglesia y con las inveteradas prácticas eclesiales que, desde el conciliar acostumbramiento al lenguaje de “hermanos separados” hemos arribado al vacilante sostenimiento de la fe católica con la reciente "luteranización" de la Iglesia Romana.

Nuevas advertencias sobre esta falsedad pueden leerse en diversos pasajes de la Encíclica. “No crean, cediendo a un falso "irenismo" –escribe Pío XII en el número 34— que pueda lograrse una feliz vuelta —a la Iglesia— de los disidentes y los que están en el error, si la verdad íntegra que rige en la Iglesia no es enseñada a todos sinceramente, sin ninguna corrupción y sin disminución alguna” (…) “Algunos no se consideran obligados por la doctrina (…) según la cual el Cuerpo místico de Cristo y la Iglesia católica romana son una sola y misma cosa. Otros reducen a una pura fórmula la necesidad de pertenecer a la verdadera Iglesia para conseguir la salud eterna” (21).  Notablemente señala Pío XII que estos, y otros errores, “se divulgan o por cierto afán de novedad o por un inmoderado celo de apostolado. Pero sabemos también que tales nuevas opiniones hacen su presa entre los incautos, y por lo mismo preferimos poner remedio en los comienzos, más bien que suministrar una medicina, cuando la enfermedad esté ya demasiado inveterada” (33). 

Cuando menos llamativa parecería esta sugerida relación entre “irenismo” e “inmoderado celo de apostolado”. Pasar por alto lo que divide a los hombres, creyentes en particular, a fin de que todos formen parte de esta nueva “Iglesia en salida”, sin doctrinarias exigencias previas o recaudos sacramentales discriminatorios; o bien, de la Iglesia como “hospital de campaña” en el que no sería ´religiosamente correcto´ indagar sobre los indicadores normales de salud a los “heridos graves”. Bien se sabe que ambas son grandilocuentes metáforas de propiedad intelectual del Papa Francisco que no han hecho otra cosa que sembrar una espesa neblina en el recto ´intellectus fidei´ del pueblo cristiano fiel. 

La otra cara del modernísimo “irenismo” eclesial no consistiría sino en borrar todo límite entre la Iglesia de Cristo y las confesiones religiosas y concluir amasando toda creencia en una suerte de religión universal, revestida de las espléndidas notas de humanismo, fraternidad universal, pacifismo, ecologismo, encuentro, diálogo, compulsiva comunión en la boca, diaconisas o ´monaguillas, a lo menos, y otras propiedades que no dejan de escucharse como “graznidos desconsoladores” desde los vértices supremos del Poder Eclesial. 

Roguemos para “la enfermedad no esté ya demasiado inveterada”. Y pido disculpas pues concluí haciendo lo que había prometido que no iba a hacer aunque resultase un tanto inevitable. 



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Nota

[1] Mondin, Battista. Cómo hablar de Dios hoy. El lenguaje teológico. 2da., edición. Madrid, Paulinas, 1979, pp. 9 a 16. 






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