sábado, 7 de marzo de 2009

Tomás hombre afortunado - Abelardo Lobato

Tomás hombre afortunado
Abelardo Lobato


Tomás ha sido un hombre afortunado en la naturaleza y en la gracia. No tenemos ningún retrato pictórico hecho en vida que nos ofrezca el rostro de Tomás, niño, joven, maestro; nos gustaría conocer “il vero volto”. Nos han llegado algunas descripciones de los testigos de su proceso.

Corporalmente era robusto, alto, de 1.80 de estatura, de cabeza grande, frente despejada, ojos penetrantes. Cuenta uno de los testigos del proceso de Fossanova que la madre de Fray Reginaldo de Priverno, decía a sus vecinas: Si queréis ver dos hombres hermosos, venid a verlos, son el maestro Tomás y mi hijo Reginaldo, que pasan por nuestro camino. Tomás estaba muy bien dotado por naturaleza, de gran vigor físico y espiritual.

Era un trabajador incansable. No hay memoria de que perdiera un minuto de su tiempo. Su fortuna fueron sus talentos espirituales. Era de memoria insólita, pues grababa de una vez para siempre lo que leía, de modo que lo podía evocar cuando lo necesitaba.

Su inteligencia era penetrante, iba al fondo de las cuestiones, y era capaz de trazar un panorama completo de tipo intelectual en torno a una cuestión, como si fuera un paisaje, que se tiene ante los ojos.

Era un hombre afable, de paz, de diálogo, que inspiraba confianza. Era tranquilo y reposado. Solo le irritaba la estupidez de los doctores y los errores de los maestros. Era valiente para afrontar problemas, situaciones, enemigos doctrinales. A veces los retaba a dar la cara y no esconderse en los anonimatos.

Su fortuna fue creciendo con su vida. Fue afortunado por haber sido llevado a Montecasino a estudiar. Fortuna y grande fue haber sido admitido en la Universidad de Nápoles, donde asimiló el legado cultural de los griegos, de los judíos, de los árabes. Conocía la Biblia y Aristóteles muy afondo, de memoria, antes de llegar a Paris. Fortuna la suya al tener como maestro a Alberto el Grande, quien lo introduce en la Teología, y de quien aprende a leer libros de los gentiles. La vocación dominicana fue su gran fortuna, como él lo será para la Orden.

Tomás realizó, en la dimensión teologal, lo que Domingo ya en Toulouse soñaba para su Orden: al lado de los predicadores era necesario suscitar hombres doctos en Teología para conocer, defender y explicar la verdad de los misterios de la fe.

Era afortunado también por sus estudios en la Universidad de Paris,en la Facultad de Artes y de Teología. Una no pequeña fortuna fue haber tenido como secretario a Fray Reginaldo de Priverno, quien lo cuidaba en los detalles y en las cosas cotidianas como si fuera su nodriza. Fortuna suya y nuestra, porque fue conservando copia de todos sus escritos.

La fortuna de Tomás fue la gracia de que fue objeto. La gracia del Señor estaba con él, y por fortuna, le consolaba y premiaba. Hasta a veces oyó la voz del Señor, que resonaba en su interior: Tomás, has escrito bien del misterio de la Eucaristía, ¿qué recompensa quieres? La respuesta de Tomás le salió del alma: señor mi premio eres Tú. Yo no quiero ninguna otra cosa, sino a Ti.





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