La sabiduría humano-divina de Santo Tomás frente a la dictadura del relativismo
Dr. Hugo Verdera
Sociedad Tomista Argentina - XXXIII SEMANA TOMISTA - Relativismo
Buenos Aires - Septiembre 2008
1. El problema del relativismo y el Magisterio de la Iglesia
Al analizar y estudiar el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, lo primero que surge con evidencia incontrastable es que para el Aquinate no hay nada que desee con más vehemencia el alma humana que el acceso a la verdad. Ello implica que toda su filosofía y su teología patentiza que el hombre, “hominizado” por su intelecto especulativo, que es lo más alto y perfecto que en él existe, se halla esencialmente ordenado por propia naturaleza a la verdad.
Es por ello que la definición del hombre como “animal racional”, implica su condición de animal dotado de logos, el cual encuentra su plenitud a la que está llamado, por su propia naturaleza creada, a su perfección en la verdad. Por ello, el Aquinate ve que el primer y principal deseo del hombre es la verdad. La afirmación de Aristóteles que “todos los hombres desean por naturaleza saber”[1], implica, por un lado, que la verdad es el objeto propio de ese deseo, y por otro, inexorablemente, que el hombre no puede permanecer indiferente frente a la verdad de su saber. En ese saber especulativo se involucra también, en el hombre, el saber operativo, es decir, el saber para actuar.
El magisterio de la Iglesia, “maestra de la verdad”, ha hecho suya esta verdad, y la ha enseñado como doctrina desde siempre. Pero hoy día, las raíces filosóficas y religiosas que constituyen la dolorosa enfermedad del mundo moderno, han hecho que se multiplicara la insistencia en tal sentido, ya que prevalece actualmente una profunda desconfianza en las capacidades de la razón humana para conocer la verdad, resultado lógico de la negación a esa razón humana de sus posibilidades de alcanzar el ser de las cosas, lo que conlleva a un constante cuestionamiento de la verdad. No se acepta, en teoría y en la práctica común, que la verdad sea conocer lo que las cosas son, es decir, conocer el ser de las cosas. Dicho escolásticamente, que la verdad sea la adecuación entre el entendimiento y la cosa. Se ha dado, pues en esta postmodernidad, un “oscurecimiento o eclipse de la verdad”[2]. Esta circunstancia explica el auge del “relativismo ético”, consecuencia propia del “relativismo cognitivo” (“agnosticismo filosófico intelectualista”), que avanza en la estructura socio-política, adquiriendo características de “único pensamiento correcto”, y que va a derivar, en su lógica férrea interna, en una auténtica “dictadura del relativismo”. Ese el concepto con que Benedicto XVI ha caracterizado la actual situación que vivimos. En un discurso dado en Cracovia el 26 de mayo de 2006, afirmaba que “hoy se trata de crear la impresión de que todo es relativo: hasta la verdad de la fe dependería de la situación histórica y de la valoración humana. Pero la Iglesia no puede callar el espíritu de la verdad. No caigamos en la tentación del relativismo…”. Y terminantemente, siendo Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el entonces Cardenal Ratzinger afirmaba que “la verdad es el fundamento sobre el que se sostiene el hombre”, ya que éste no puede vivir sin verdad, y menos sin aquellas verdades más profundas que comprometen la existencia. Este agnosticismo y su consecuencia, el relativismo, se han constituido en los ejes básicos que aquejan a nuestra sociedad y la sumergen en su crisis más grave, ya que su resultado inevitable, fatal, es la deshumanización del hombre, pues ataca a la más digna y específica de sus facultades, su entendimiento, imposibilitándole alcanzar su fin propio, que es el conocimiento de la verdad.