martes, 18 de diciembre de 2012

¿En qué medida una Escuela o una Universidad pueden ser calificadas como Católicas? - Mons. Jean-Louis Bruguès

Mons. Bruguès es el primero de la izquierda

¿En qué medida una Escuela o una Universidad pueden ser calificadas como Católicas?
Mons. Jean-Louis Bruguès


En el marco del Congreso de Teología "A los 50 años del Concilio Vaticano II (1962-2012)", organizado por las Facultades de Teología de España y Portugal, en el Auditorio Juan Pablo II de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), la primera ponencia ha estado a cargo de monseñor Jean-Louis Bruguès, arzobispo archivero y bibliotecario de la Santa Iglesia Romana. En su intervención señaló que sólo encontramos en dos pequeños textos el tema de la educación, en todo el conjunto de los documentos conciliares: el que aborda la educación católica, y el relativo a la formación de los candidatos al sacerdocio, Gravissimum educationis y Optatam totius respectivamente.


(UPSA/InfoCatólica) Desde su experiencia reciente como secretario de la Congregación para la Educación Católica, Mons. Bruguès afirmó que "la preocupación educativa se encontraba muy presente en cada uno de los grandes textos, y el Concilio Vaticano II en su conjunto podría ser denominado un Concilio de la educación".


Un texto inscrito en la Tradición

Al principio se refirió a las fuentes de las que bebió el Concilio en cuanto a los asuntos educativos. El documento conciliar sobre la educación, según monseñor Bruguès, "no ha sido un meteoro caído en el suelo de la Iglesia, sino que recoge una larga tradición, ya que desde sus orígenes la Iglesia ha prestado una enorme atención a la formación de los jóvenes", y aludió a figuras destacadas como los fundadores de congregaciones dedicadas a la educación. "Los jóvenes siguen siendo nuestros maestros", fue la convicción de todos estos santos, "porque nos desalojan de nosotros mismos, de los habitáculos donde hemos depositado nuestras certezas y cansancios, nos obligan a cambiar de manera constante".

Tras explicar la génesis de la declaración Gravissimum educationis, destacó el talante personalista del documento y la importancia del derecho a la educación. Este texto "concibe la educación según el espíritu de apertura serena hacia el mundo contemporáneo que ha marcado todo el Concilio", y apuesta por la posibilidad de que "en este contexto pluralista se pueden alcanzar valores educativos comunes. El objetivo del Concilio era fundar la educación sobre un nuevo humanismo en el que todas las buenas voluntades estarían llamadas a cooperar en un bien común".

"Hemos de reconocer", añadió, "que cincuenta años más tarde, el contexto eclesial ha cambiado profundamente". Hoy las religiones son percibidas "como factores de división social, violencia y oscurantismo, siendo relegadas al ámbito de la conciencia privada. ¿Cuál será entonces la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal?". En la actualidad hay que tener en cuenta las aportaciones de la psicología y la pedagogía para ayudar a los niños y jóvenes a crecer en la responsabilidad "en la búsqueda de la verdadera libertad".

Además, "el derecho de amar a Dios es un derecho de la persona humana, y la autoridad pública debe velar para que ese derecho sea respetado en todas partes". La educación cristiana, según los textos, consiste en "retomar todos los valores naturales e integrarlos en el hombre restaurado por Cristo, para el bien de toda la sociedad". Y tiene que "despertar en toda persona sus virtualidades, su capacidad de conocerse, hacerse cargo de sí mismo y construirse de manera armoniosa, siendo responsable de sus actos y de su porvenir", o en resumen de monseñor Bruguès, "pasar de la virtualidad a la virtud".

Por eso la Iglesia se opone a todas las propuestas de despersonalización: tecnocracia, mercantilismo, la tiranía del materialismo... "adversarios que intentarán reducir la influencia social y educativa de la Iglesia y reducirla al silencio". Hoy "la escuela se ha convertido en un lugar controvertido, el centro de los combates antipersonalistas".


Las familias y los maestros

En cuanto a los actores, "los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos", y en la familia deben conocer a Dios. Por eso "la Iglesia se ha opuesto siempre al control absoluto del Estado sobre la educación, antes en el ámbito de las ideologías como el fascismo y nacionalsocialismo, y hoy en el mercado"

En segundo lugar están los docentes, y "la verdadera escuela no es primeramente una institución, sino una comunidad de vida en la que tienen que participar las familias, los maestros y las asociaciones, además de la sociedad civil y toda la comunidad humana", por lo que no es "un lugar cerrado en el que sólo puedan actuar los educadores".

La tercera comunidad educativa es la Iglesia: "como madre está obligada a dar a sus hijos una educación que llene su vida del Espíritu de Cristo", sobre todo en dos lugares: la instrucción catequética para todos los niños católicos, también en los centros públicos a través de las capellanías. Por la presencia cada vez mayor de familias musulmanas que reclaman capellanías propias en los colegios, se ha tendido a limitar todas las presencias confesionales, también las católicas y protestantes establecidas.


La escuela católica, fundamental

En cuanto a la escuela católica, el documento tiene tres afirmaciones fundamentales: "el derecho a la creación de escuelas católicas en nombre de la libertad de conciencia", ya que "los padres han de tener la posibilidad de escoger para sus hijos institutos donde la fe sea compartida". En segundo lugar, "la escuela católica es una oportunidad para la Iglesia", frente a una mentalidad que no daba importancia pastoral a la enseñanza católica. Hoy, para muchos jóvenes "representan el primer contacto y a veces el único con la Iglesia". Y en tercer lugar, la importancia del comportamiento de los maestros y "la formación de los formadores. Hoy, esta insistencia no ha perdido ninguna actualidad".


Las universidades eclesiásticas y católicas

El que hasta hace pocos meses ha desempeñado una alta responsabilidad en el dicasterio vaticano dedicado a la enseñanza, aludió al final de su ponencia a la importancia de la Universidad católica, que "representa un medio privilegiado para que la Iglesia participe en la cultura de un país, siendo un agente muy activo en su elaboración".

Las instituciones católicas de enseñanza superior "han de proporcionar la presencia del pensamiento cristiano en el empeño de promover la cultura, y los alumnos han de formarse como hombres prestigiosos para su doctrina, preparados para el desempeño de las funciones más importantes de la sociedad, como presencia de la fe en el mundo". En muchos lugares, como América Latina, las universidades católicas son "de las mejores".

Monseñor Bruguès recordó una distinción fundamental, entre las universidades y facultades eclesiásticas, cuya finalidad es "promover las disciplinas de Teología, Derecho Canónico y Filosofía, entre otros estudios eclesiásticos", y que son erigidas por la Sede Apostólica (llegaban a 258 en el año 2005); y las universidades católicas, que enseñan otras disciplinas. Las universidades medievales, añadió, "no fueron fundadas por corporaciones de laicos contra el poder superior, sino que nacieron para garantizar, unidas a Roma, su enseñanza libres de los yugos locales y civiles... el riesgo no provenía de Roma, sino de las instituciones cercanas". Por eso, "en el origen de casi todas las universidades primeras encontramos una bula papal que ordena o autoriza su erección".

¿Qué es lo que diferencia a una universidad católica de otras?, se preguntó el ponente. No sólo la presencia de personas católicas, porque "una universidad católica es más que una colección de individuos. Presenta un ethos específico, una conciencia que permanece incluso cuando es traicionada por individuos en el seno de la institución". Como afirmaba Juan Pablo II, tiene que haber una inspiración cristiana no sólo por parte de sus miembros, sino también en el espíritu de la educación, de forma institucional.


Centros no sólo para católicos

La cuestión que hoy se plantea con más fuerza es la de la identidad, la especificidad. "¿Qué significa ser católico? ¿En qué medida una escuela o una universidad pueden ser calificadas como católicas?", se preguntó monseñor Bruguès, e hizo un ejercicio de etimología: 'católico' significa universal. "Lo universal del saber, su vocación es humanista, porque se refiere a todo lo que concierne a lo humano", y por eso "la Iglesia puede sentirse orgullosa de sus escuelas y universidades". Esto implica también que esté abierta al mayor número de alumnos: "no intenta acoger sólo a católicos; y así la identidad humanista se encuentra doblemente confirmada".

Además, no puede quedarse esperando a los que llaman a su puerta. Y en ella "el alumno aprende lo que es la Iglesia, su doctrina, su moral, y el arte plenamente cristiano de pensar y de vivir". De ello se derivan dos consecuencias: es un lugar donde se propone la fe católica, no se impone, porque respeta la libertad de conciencia y la elección de cada uno. "Para los que no son católicos y rechazan la catequesis, el instituto ha de proveer una formación obligatoria en cultura cristiana por parte de los mismos docentes. Todos los estudiantes, católicos o no, tendrían que seguir de manera obligatoria cursos de antropología, ética católica e introducción a la teología cristiana". Sólo así "podremos entender el lugar central de la Facultad de Teología en la enseñanza superior católica".








1 comentario:

  1. Hola, les felicito por su blog es muy interesante, les invito a registrarlo en el Directoro de Católicos.
    http://dirblogscatolicos.blogspot.com

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