¿Qué necesidad había de que el Verbo de Dios padeciera por nosotros?
Santo Tomás de Aquino
¿Qué necesidad había de que el Verbo de Dios padeciera por nosotros?.
Era muy necesario y podemos dar dos razones de esta necesidad.
En efecto, los sufrimientos de Cristo eran necesarios, en primer lugar como remedio a nuestros pecados y en segundo lugar como modelo de nuestras acciones.
Como remedio ciertamente, porque contra todos los males en que incurrimos por el pecado, encontramos el remedio en la Pasión de Cristo.
Estos males son cinco.
El primero: una mancha en el alma. En efecto, el hombre cuando peca, mancha su alma, porque así como la virtud es la belleza del alma, así el pecado es su mancha.
Ahora bien, la Pasión de Cristo hace desaparecer la mancha.
Cristo, por su Pasión, preparó un baño en su sangre, para lavar allí a los pecadores, por lo que dice San Juan: Nos lavó de nuestros pecados en su sangre (Ap 1, 5).
Ahora bien, el alma se lava por la sangre de Cristo en el bautismo, pues por la sangre de Cristo éste tiene virtud regenerativa.
Por eso cuando alguien se mancha con el pecado, hace injuria a Cristo, y peca más que antes (del bautismo), según estas palabras de la Escritura:
“Si alguno viola la ley de Moisés, es condenado a muerte sin compasión, por la declaración de dos o tres testigos.
¿Cuánto más grave castigo pensáis que merecerá aquel que pisoteare al Hijo de Dios y tuviere por impura la sangre de la Alianza?" (Heb 10, 28-29).
El segundo mal, ofensa a Dios.
En efecto, como el carnal ama la belleza carnal, así Dios ama la belleza espiritual, que es la belleza del alma.
Por consiguiente, cuando el alma se mancha por el pecado, Dios se ofende y tiene en odio al pecador.
Dice la Sabiduría: Dios odia al impío y su impiedad (Sab 14, 9).
Cristo sin embargo, borra este odio por su Pasión, gracias a la cual satisfizo a Dios Padre por el pecado.
Porque el hombre, de por si, no podía satisfacer por sus faltas; Jesús, en cambio, sí lo podía, porque su caridad y su obediencia fueron mayores que el pecado del primer hombre y su prevaricación. Cuando eramos enemigos (de Dios) – dice San Pablo – fuimos reconciliados con El por la muerte de su Hijo (Rom 5, 10).
El tercer mal: debilitamiento espiritual.
Porque el hombre, luego de un primer pecado, cree que ulteriormente podrá preservarse del pecado; pero ocurre todo lo contrario: el primer pecado lo debilita, y lo hace más proclive a pecar, y así el pecado domina más al hombre, y el hombre, en cuanto de sí depende, se pone en tal situación que sin el poder divino no se puede levantar: es como uno que se arrojara a un pozo.
Después del pecado, nuestra naturaleza quedó debilitada y corrupta, y entonces el hombre se encontró más inclinado a pecar.
Cristo disminuyó esta flaqueza y debilidad, aunque no la quitó del todo: su Pasión fortificó al hombre y debilitó el pecado a tal punto que ya no estamos tan dominados por el pecado, y ayudados por la gracia de Dios, conferida por los sacramentos, cuya eficacia viene de la Pasión de Cristo, podemos hacer esfuerzos eficaces para apartarnos del pecado.
Nuestro hombre viejo - dice el Apóstol - ha sido crucificado con Cristo, a fin de que fuera destruido el cuerpo del pecado (Rom 6, 6).
Antes de la Pasión de Cristo pocos eran los hombres que vivían sin pecado mortal; pero después son muchos los que vivieron y viven sin pecado mortal.